Sunday, May 16, 2010

De manos y memorias. Un sábado en Moravia

Josef se acercó sonriendo, me extendió su mano derecha, y después, sin soltármela, me abrazó bien bien fuerte. Un apretón mutuo lleno de afecto, conectándonos de esa forma tan añorada en que se abraza a gente desconocida pero querida por anticipado, querida mediante historias que vivieron otros. El ‘ser familia sin serlo’ marca de alguna forma a tantos descendientes de inmigrantes. Los hijos de los hijos que se fueron y quedaron, con genes, apellidos y muecas similares, sin conocerse estan unidos de manera inevitable e ineludible. Y cuando se llega a conocerse de primera mano, ese afecto, al menos en mi caso, simplemente se multiplica y emociona.

A Josef le tengo afecto desde mi infancia, desde cuando mi bisabuelo Tom me tomaba la mano al cruzar la calle y me hablaba a su ritmo tranquilo aprendido con los años. Yo tenía cinco años y él, ochenta y tres. En las pocas cuadras hasta el jardín de infantes, me contaba de su familia en la entonces Checoslovaquia y de su vida. Sus historias para mí eran cuentos, y sus palabras pobladas de imágenes cobraban vida en mi imaginación. Así podía verlo en su pueblo natal, joven y decido a la aventura, y meses después llegando al puerto de Buenos Aires en uno de los tantos barcos repletos de inmigantes, y, para algunos, de “civilización y progreso”. Imaginaba como le habían tomado su nombre y lo habían encaminado en el tren para el Chaco junto con otros checoslovacos. Le esperaban años de madera y tierra del monte. Años de sacrificio, de esperanzas, de aprendizaje. Y caminábamos entonces, él recordando y yo imaginando, mi mano infantil en la suya, absorbiendo memorias increíbles.

Pasaron mas de 20 años. Este sábado, atravesando las colinas de Moravia en el auto de Josef, primo de mi abuela, mi imaginación iba tomando color y forma en una ráfaga irrefrenable mientras nos acercábamos a Otrozska Lhota, al principio del cuento, al único pueblo checo que creo conocer desde siempre. He leído y discutido muchas veces con profesores, familia y compañeros sobre la importancia de tener en cuenta los inmigrantes y su historia. Como, cuándo, por qué, para qué? Qué aprendimos de los de antes, y qué significa para los de hoy? Siempre sospeché que había algo más que el final feliz que yo había registrado y de la moraleja del fruto del trabajar duro en nuevas tierras. Algo más que quizás ni el tango mas compungido de todos podría describir. Algo que me invadió ayer, parada frente a la casa abandonada de mi bisabuelo en ese minúsculo pueblo checo: que la memoria se pierda. La memoria, muchas veces ocultada, enterrada, negada, quizás por confundirla con atraso o sentimentalismo, en lugar de compararla con identidad.

Moravia me hizo pensar en como hace falta revolver en la memoria. Para aprender de las experiencias, para entender esta realidad, para recuperar los desafíos, para dibujar nuevos caminos, para revivir a los viejos, para poner en palabras imágenes olvidadas, para conectarme con mi identidad. Y sobre todo, me hizo pensar en quienes hoy mismo no dejan de soñar como aquellos, y cómo recuperar su memoria nos hace tener presente a los inmigrantes de hoy, para que su realidad sea aun más visible, más llevadera y más reconocida como parte de nuestra historia.

Foto: Josef y yo en la casa de mi bisabuelo Tom, Ostroszka Lhota, Moravia, Republica Checa. Mayo 2010. Crédito: Anibal Giménez Canicoba. Gracias!